El término «helenístico» fue utilizado por primera vez
por el historiador alemán Johann Gustav Droysen en Geschichte des Hellenismus ,
a partir de un criterio lingüístico y cultural, es decir, la difusión de la
cultura propia de las regiones en las que se hablaba el griego, o directamente
relacionadas con la Hélade a través del propio idioma, un fenómeno alentado por
las clases gobernantes de origen heleno de aquellos territorios que nunca
tuvieron relación directa con Grecia, como pudo ser el caso de Egipto,
Bactriana o los territorios del Imperio seléucida.
Este proceso de helenización de los pueblos orientales, y
la fusión o asimilación de rasgos culturales orientales y griegos, tuvo
continuidad, como se ha mencionado, bajo el Imperio romano.
Se trataba de una monarquía personal, a cuyo
trono podía aspirar cualquiera que hiciera méritos suficientes en alguna de las
distintas áreas del ejercicio ciudadano.
El título del soberano era basileus, y no había
reglas estrictas respecto a la sucesión al trono, ni textos fundamentales que
sujetaran su poder, por lo que eran reinos absolutistas.
La monarquía tuvo un corte claramente colonial,
imponiendo a las naciones conquistadas la cultura macedónica y eligiendo a sus
gobernantes locales de las élites dominantes.
Si en la época clásica la monarquía era común entre los asiáticos
y repudiada por los filósofos griegos, en la época helenística lo fue entre los
griegos.
El Imperio Macedonio estuvo a cargo de Filipino II hasta
el primer tercio del siglo IV, cuando asumió Alejandro III, también llamado
Alejandro Magno, en 336 a. C. Este nuevo rey gobernó apenas 13 años, desde
sus dos décadas de edad, y realizó en ese período la conquista más rápida y
poderosa de toda la historia antigua.
Alejandro murió prematuramente en el año 323 a. C., se
asume que por envenenamiento, dejando un imperio consolidado a medias, y
cediendo el trono a su hermano Filipino III, quien era una persona con discapacidad
mental, y luego a su hijo póstumo Alejandro IV.
El alejamiento de la filosofía de las ciencias les
permitió nacer en este período como un campo aparte, y florecieron gracias al
mecenazgo.
Se construyeron academias, zoológicos, jardines
botánicos, salas de medicina y disección, entre otras instituciones puestas al
servicio del conocimiento científico. La matemática, astronomía y geometría
fueron particularmente importantes durante el período.
Muchos de los inventos de los sabios helenísticos fueron
empleados en el estudio científico hasta la llegada del Renacimiento.
Las artes también contaron con gran apoyo durante el
período helenístico, si bien en literatura se siguieron los parámetros
clásicos. Nació la filología y las artes plásticas alcanzaron su madurez:
durante este período se hicieron algunas de las grandes obras de la humanidad
que nada tenían que envidiar a la Antigüedad Clásica.
Dos de las llamadas “siete maravillas del mundo” por los
romanos fueron construidas en la época: el faro de Alejandrina y el Coloso de
Rodas. Además, se hicieron las célebres estatuas de la Venus de Milo, Diana
Cazadora, Victoria de Samotracia y el Apolo de Belvedere.
Los diádocos
Tras la muerte de Alejandro Magno, el poder real del
Imperio Macedonio residió en los generales, pues no había reglas respecto a la
sucesión del trono, y los familiares directos de Alejandro no eran aptos para
ejercer el poder (por discapacidad o por juventud).
Dichos generales se llamaban los diádocos y
habían acompañado a Alejandro en su campaña contra los persas, y no tardaron en
enfrentarse militarmente, debilitando la cohesión del imperio y acabando en la
refriega con la familia de Alejandro.
Entre los diádocos más prominentes
estaban Pérdicas, Ptolomeo, Casandro, Lisímaco, Antígono,
Demetrio y Seleuco.
Los
epígonos
Los epígonos (o “sucesores”) de los diádocos,
lograron un precario balance entre las tres grandes dinastías macedonias:
Macedonia y la Grecia continental fueron gobernadas por
los antigónidas (descendientes de Antígono); Egipto, Chipre
y Cilicia por los Lágidas; Asia menor, Siria, Mesopotamia y
Persia occidental devinieron el Imperio seléucida. Hubo también otros
reinos más pequeños, como el reino de Pérgamo, el reino de Epiro, los
reinos de Ponto y Bitinia, o el de Siracusa.